Esta semana La Torzida os presenta una entrevista con dos de sus componentes del bloco y del taller, Judit y Roberto, que han tenido la oportunidad de vivir una experiencia de voluntariado en la ciudad de Almirante en Bocas de Toro en Panamá. ¡Muchas gracias chicos por compartir con nosotros vuestra aventura! ¡Torzidos por el mundo! ¡Axé!
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Panamá 4 de
Noviembre 2014– 26 de Noviembre 2014
Nuestro
viaje surgió gracias a la oportunidad que tuvimos en el año 2013,
donde fuimos de voluntariado a Barranquilla (Colombia). Quedamos tan
maravillados con la experiencia que nos propusimos repetirla. Para
ello volvimos a contactar con Haren Alde (la ONGD de los Agustinos
Recoletos), y después de un tiempo de incertidumbre por fin supimos
nuestro destino, ¡Panamá! Y más concretamente a la ciudad de
Almirante situada en la provincia de Bocas del Toro. Pero primero
haremos una parada de 4 días en Kankintú, poblado de la tribu
aborigen Ngöbe, adentrado unos 20 kilómetros en la selva.
A la llegada
a Panamá nos recibió un clima tropical con temperaturas que
rondaban los 30º, y una humedad muy elevada. Nos toca hacer noche en
la capital así que tenemos la oportunidad de conocerla. Desde lejos
nos choca la imagen de una ciudad cuyo núcleo está lleno de
rascacielos con cierto estilo neoyorquino, aunque cuando nos
adentramos un poco más podemos empezar a ver ambas realidades y un
claro contraste.
A escasos metros de los imponentes y modernos rascacielos, los más
altos de Latinoamérica, se encuentran algunos barrios de chabolas
donde viven sobre todo pescadores sin apenas recursos económicos.
De hecho
Panamá es un país rico gracias primordialmente a la gestión de su
canal, lo malo es que ese dinero no está bien distribuido entre
todos los panameños, ya que existe mucha pobreza, y más si nos
alejamos de su capital.
Al día
siguiente ponemos rumbo a Kankintú
con ciertos nervios e ilusión. Para llegar
hasta nuestro destino viajamos 10 horas en autobús hasta Chiriquí
Grande. Una vez allí cogemos un bote que tardará 3 horas y media en
recorrer la Laguna de Chiriquí y remontar el río Kricamola hasta
llegar a Kankintú. La carretera todavía sigue siendo un proyecto
futuro.
El Padre Tomás (o “Tomatín” como cariñosamente le llaman) que lleva más de 40 años allí, nos enseña un poco el pueblo y descubrimos sorprendidos cómo en medio de ese paraje selvático y aislado, unos 2000 estudiantes se distribuyen entre los centros educativos que allí se alzan: una bonita escuela de infantil y otra de primaria, y como proyecto estrella una escuela de secundaria que también hace las funciones de universidad de la comarca (la primera extensión universitaria en zona indígena y que contó con la colaboración para su construcción de Haren Alde e Intervida). El pueblo también cuenta con un centro de salud, una capilla y una casa comunal. Todas estas instalaciones se consiguieron con el esfuerzo de los agustinos, de subvenciones nacionales e internacionales y como no, con el trabajo de los nativos.
Una de nuestras sorpresas fue ver como muchos de ellos caminaban descalzos, pero no solo allí sino también por el resto de sitios que posteriormente visitaremos, ya sea por falta de recursos o porque algunos ya se han acostumbrado, y da igual si el camino está empedrado o lleno de barro.
Un avance
impresionante en la zona es la construcción de una antena de
telefonía móvil con una pequeña antena que proporciona WiFi
gratuito en las inmediaciones de la escuela para ayudar en los
estudios, y del centro de salud para mejorar a la hora de la
investigación y del diagnóstico.
Cuando dimos
una vuelta por el pueblo observamos que los Ngöbes siguen con su
estilo de vida tradicional en muchos aspectos, como las viviendas,
que eran la mayor parte de madera y elevadas del suelo, sin
habitaciones separadas ni colchones en muchas ocasiones. Lo malo es
que siguen teniendo muchas carencias en cosas básicas, como la luz
eléctrica que sólo llega a los edificios públicos y de 19:00 a
22:00 de la tarde; el agua que proviene de un acueducto que recoge
las aguas de un riachuelo a más de tres horas de camino y que está
mal diseñado ya que encima de donde se recoge el agua hay un establo
que filtra sus aguas muchas veces contaminadas por las heces de los
animales. El pasado agosto fallecieron tres niños por culpa de la
leptospirosis proveniente del agua.
Una de las
obras más bonitas por su labor humanitaria es la de Nutre
Hogar. Hay siete centros en Panamá y
uno de ellos está en Kankintú. Es una casa de acogida para que
niños con síntomas de desnutrición severa (por ejemplo niños que
viven adentrados en la selva donde resulta más difícil conseguir
alimento) puedan recuperarse durante un periodo entre los seis y
nueve meses. Estos niños llegan derivados por los centros y puestos
de salud, y también gracias a los trabajadores sociales que visitan
a las distintas familias. Éstas son asesoradas para mejorar la salud
y nutrición de sus hijos. Este servicio es muy importante para
evitar que aumente la mortalidad infantil, sobre todo en las familias
más aisladas y sin recursos. En estos centros trabajan como
voluntarios cuidadores, pediatras, nutricionistas, etc.
Terminada
nuestra visita volvemos a coger el “bote” hasta llegar a Chiriquí
Grande y desde ahí tan sólo nos queda una hora y media hasta llegar
a Almirante
donde conviviremos con dos frailes los próximos días. Fray Xabier
nos tiene preparado un planning para los días que allí estaremos.
Nuestra labor consistirá en participar en el “día del arroz con pollo”, aprovechando que este plato es una de las comidas favoritas de los panameños. La idea consistía en ir un día por cada escuela de Almirante, para ofrecer esta comida a todos los alumnos de cada escuela y también llevar lo necesario para hacer la “chicha” (frutas para hacer zumo, al que se le echa agua y azúcar y que encanta a los niños). Nosotros participaremos haciéndoles pasar un día distinto en la escuela, donde pasaremos por cada clase realizando dinámicas educativas y juegos, desde los más pequeños (4 años) hasta los más mayores (12 años). Aunque en un principio los niños panameños son algo tímidos y reservados luego te acaban demostrando todo su cariño y alegría.
Nuestra labor consistirá en participar en el “día del arroz con pollo”, aprovechando que este plato es una de las comidas favoritas de los panameños. La idea consistía en ir un día por cada escuela de Almirante, para ofrecer esta comida a todos los alumnos de cada escuela y también llevar lo necesario para hacer la “chicha” (frutas para hacer zumo, al que se le echa agua y azúcar y que encanta a los niños). Nosotros participaremos haciéndoles pasar un día distinto en la escuela, donde pasaremos por cada clase realizando dinámicas educativas y juegos, desde los más pequeños (4 años) hasta los más mayores (12 años). Aunque en un principio los niños panameños son algo tímidos y reservados luego te acaban demostrando todo su cariño y alegría.
El gesto del “día del arroz con pollo” es importante para los chavales, ya que además de que vienen de familias sin recursos donde un plato lleno a la hora de comer ya es motivo de alegría, también acerca a estos niños a los agustinos para así poder obtener más ayudas, ya sea de forma económica a través del programa de apadrinamientos o en forma de proyectos sociales, como la construcción de depósitos de agua, aulas, etc. O también en forma de actividades lúdicas o formativas.
En Almirante
también tuvimos la oportunidad de actualizar los datos de los niños
apadrinados
y de añadir nuevos niños para apadrinamientos futuros en España.
Desde la sede central de Madrid nos pidieron que fuésemos buscando
la casa de cada uno de esos niños para tomarles una foto y realizar
una entrevista a sus familiares. Esta labor no fue fácil porque en
Almirante no existen nombres en las calles, y en ciertas ocasiones
tuvimos que preguntar vecino a vecino hasta conseguir hallar al niño.
Gracias a nuestra estancia en las distintas escuelas pudimos conocer
a profesores que nos ayudaron a añadir nuevos niños a la lista. En
total nos trajimos 50 fichas.
Después
de visitar las escuelas de Almirante, nos dirigimos a un pequeño
pueblo donde viven Ngöbes en su mayoría, llamado Punta
Peña de Riscó. Está situado entre
montañas al que se accede por una sinuosa carretera. Nuestra
sorpresa fue cuando encontramos en medio del camino un riachuelo que
lo cruzaba, y un hueco donde debería estar situado un puente.Los
lugareños nos informan que éste fue derribado y arrastrado por las
aguas del riachuelo debido a las lluvias torrenciales, y que han
venido a ayudarnos con la carga (los sacos de arroz, el pollo y el
resto de ingredientes). Así que nos ponemos en marcha durante casi
dos horas de camino bajo un Sol en su máximo esplendor y la humedad
más intensa que hemos vivido hasta ahora. Los caminos no ayudan y es
que a medida que nos acercamos hay más charcos y lodo, y menos
aspecto de sendero.
Por fin
llegamos al pueblo y empezamos nuestra rutina con los chavales.
Observamos que al estar más aislados dentro del valle son incluso
más reservados que el resto; aún así muchos de ellos no se separan
de nosotros durante el resto del día, aunque sin mediar palabra.
En este
pueblo descubrimos una de las tantas enfermedades infecciosas que por
estas zonas se pueden contraer, la leishmaniasis.
Esta enfermedad la transmite la mosca de la arena, y pudimos
comprobar en algunos niños sus efectos más leves.
Con la
leishmaniasis se producen llagas en la piel, que si no se tratan con
rapidez derivan en úlceras dejándoles marcada la zona, y
dependiendo de la familia del parásito se puede complicar provocando
daños internos en hígado, bazo y sin un tratamiento incluso la
muerte.
Una vez
llegada la noche nos disponemos a dormir en una de las aulas, con un
fino colchón que nosotros mismos hemos llevado hasta allí, mientras
afuera cae una lluvia torrencial que no permite conciliar el sueño.
Al día siguiente después de volver a estar por las clases con los
chavales, emprendemos el camino de vuelta con un nublado que se
agradece y con los caminos no mucho peor que el anterior día a pesar
del aguacero.
El último
día, como no había clase, nos fuimos a la Isla Colón de Bocas del
Toro. Y es que esta provincia cuenta con una serie de islas
turísticas donde pudimos volver a ver ese gran contraste,
encontrando el
paraíso a tan sólo media hora en
barca de la pobreza del resto de la comarca.
Una de las cosas que nos ha llamado la atención es el sentimiento de patriotismo que tienen todos los panameños, incluyendo los indígenas cuyas tribus existían antes que el propio país, y también de los que sufren más desigualdades en el país de los contrastes socioeconómicos. Una de las formas más artísticas en la que representan este patriotismo es a través de la Música. Existen múltiples bandas musicales de percusión de escolares que salen en los distintos desfiles como homenaje a su bandera, a la independencia de Panamá y cualquier otro tipo de festejos locales y nacionales. Es habitual oír a media tarde el ritmo de los tambores en las cercanías de las escuelas durante sus ensayos, o ver a los chavales ir de un sitio a otro con su instrumento colgado. Así que no desaprovechamos la oportunidad y asistimos a algunos de estos ensayos comprobando el gran talento y ritmo que fluye por su sangre latina.
Aquí os dejamos un pequeño vídeo con actividades que realizamos con los niños y fotos:
Volvemos a España con otra gran vivencia a nuestras espaldas que nos vuelve a hacer ver lo poco que se necesita para ser feliz, lo poco que valoramos las cosas y lo mucho que queda para acabar con tantas injusticias y pobreza.
Por si
alguno de vosotros se ha quedado con ganas de más, aquí os dejamos
un enlace de nuestra crónica del viaje del año 2013 que realizamos
a Colombia. Desde ahí también podréis obtener más información de
la ONG Haren Alde por si a alguien le pica el “gusanillo”:
¡AXE!
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